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Y sin embargo...

Sin palabras

El 11 de marzo del año pasado mi madre me llamó por telefono muy temprano. Lloraba. Nunca he soportado ver ni oír llorar a mi madre. A los padres, en general, se les puede aguantar si gritan, amenazan o refunfuñan, pero verlos llorar es demasiado para cualquier hijo.

Cuando un padre o una madre lloran, los hijos tiemblan de miedo porque saben que el mundo no es seguro. Que por doquier nos rodean el caos, el mal y la oscuridad. Las lágrimas de un padre o de una madre, son señales inequivocas de una catástrofe universal en marcha.

Mi madre lloraba por telefono. "Muertos, hechos pedazos, muchos muertos, esas pobres criaturas...", decía con la voz temblorosa. Yo estaba medio dormida y no sabía de qué estaba hablando. Le dije que se tranquilizara. Mientras despertaba y procesaba la información de lo que había pasado -nadie conocía aún la verdadera magnitud de lo ocurrido, pero ya parecía estremecedoramente espantoso-, la sensación de horror creció dentro de mí, como un cáncer. Entonces, también yo quise llorar, pero sólo sentí arcadas de dolor y de asco.

Por la tarde, llegó mi hija del colegio. "¿Qué es el mal, mamá? ¿De verdad existe?", me preguntó, intranquila. Creo que yo mencioné a Platón, la caverna, su idea de que allí donde hay multiplicidad y las cosas son y perecen, siempre existe lucha. Tengo cierta habilidad para decir tonterías incomprensibles en los momentos apropiados.

El 11 de marzo del año pasado, mientras mi hija me preguntaba qué es el mal, yo me eché por fin a llorar, le regalé a mi niña el lamentable espectáculo de mi impotencia y mis lágrimas. Y... supongo que no supe responder correctamente a su pregunta.

Angela Vallvey, escritora

Hoy no tengo palabras así que tomo prestadas las de otra persona...

1 comentario

netrusko -

si desde aqui mis condolencias es una tragedia imborrable para la hermosa España...
hoy estamos mas unidos contra el terrorismo...